viernes, 18 de septiembre de 2009

A LAS CINCO DE LA TARDE

A Gabriela
Una de las obras poéticas más celebradas en nuestro idioma es el “Llanto por Ignacio Sanchez Mejías” del español Federico García Lorca. Las cuatro elegías que la componen, dedicadas al torero y escritor sevillano que murió en 1934 tras las complicaciones causadas por la cornada de un toro en Manzanares, logran un monumental retrato de la muerte trágica que nos sigue enseñando más que cualquier otro texto de carácter psicológico o psiquiátrico. Basta leer el puntual estribillo que preside el poema inicial, “La cogida y la muerte”, para sentirlo hondamente sin más retórica:
“A las cinco en punto de la tarde/ Un niño trajo la blanca sábana/a las cinco de la tarde/Una espuerta de cal ya prevenida/a las cinco de la tarde/ Lo demás era muerte y solo muerte/a las cinco de la tarde”
Evoco el asunto de la tragedia este domingo, tras conocer la infausta noticia de la muerte de Aura del Valle Arismendi, esposa del Presidente de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría en accidente de tránsito y cuando al momento de escribir esta nota el mismo Dr. Néstor Macías se debate, entre la vida y la muerte, hospitalizado en una Unidad de Cuidados Intensivos. Es que no hace falta ser aficionado a la fiesta de los toros para percatarnos de que vivimos a orilla de esa presencia que de un solo golpe nos recuerda que somos mortales.
García Lorca, el ingenioso poeta sobre el que hay que volver repetidas veces, captó el tema de la muerte con singular magnificencia porque al tiempo que registró el dolor que deja la ausencia del ser querido nos dejó clavados, con alfileres de acero, los mejores versos del gran misterio:
“El viento se llevo los algodones/a las cinco de la tarde/Y el oxido sembró cristal y níquel/a las cinco de la tarde/Ya luchan la paloma y el leopardo/a las cinco de la tarde”
Inquieto por estos afanes, y para tomar algunas fotografías para mi hija, ferviente admiradora del creador de Romancero Gitano y de dramas imborrables como Bodas de Sangre y Yerma, visité la “Huerta de San Vicente”, casa de verano de la familia de García Lorca en Granada donde el poeta escribió la entrañable Elegía a su amigo y miembro como él de la llamada Generación del 27. Por extrañas curiosidades, y sin proponérmelo llegué allí un once de agosto, a setenta y cinco años del momento en que Ignacio Sanchez Mejías saliera mal herido ante los pitones del toro Granadino que posteriormente le causó la muerte. Quizás no tenga importancia decir que no pude entrar a la casa-museo por razones de horario y que un gato, completo y orgulloso como los del universo lorquiano, fue testigo de mis indagaciones entre hermosas alamedas y jardines en blanca flor pero sí, que el poeta fue apresado en ese lugar y asesinado por las huestes fascistas de Francisco Franco, al comienzo de la Guerra Civil Española, en 1936.
En “Cuerpo presente”, el tercero de los cuatro poemas que componen la Elegía, García Lorca nos deja de nuevo expuestos y vulnerables:
“Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:/la muerte le ha cubierto de pálidos azufres/y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro /Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca”

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