domingo, 11 de mayo de 2008

CIUDAD, ALMA HERIDA

Dos ciudades, dos territorios contrapuestos, habitan nuestras vidas. La de la infancia, imborrable y evocadora que permanece en la memoria y la que hoy vivimos, fugaz y sórdida, como una pesadilla. Una y otra se solapan. Entran en tensión. Se muerden irreconciliablemente.

No puede ser de otra manera, el contraste es brutal. No me refiero a la distancia que media entre fantasía y realidad, al comprensible cambio de percepciones que ocurren entre el mundo de la niñez y el de la vida adulta. Sino al hilo roto, al vuelco dramático que en pocos años ha convertido nuestra convivencia urbana en un asco.

No exagero. Basta con volver a la ciudad que todos llevamos dentro y comparar, oído en tierra, con lo que ahora tenemos: desbordamiento vehicular, hacinamiento humano, construcciones desordenadas, contaminación del aire y, sobre todo basura, inmundicias por montones, certificando nuestra ruina.

Naturalmente, cada quien revive la ciudad que tuvo, desde sus propios zapatos. A partir de las esquinas y a lomo de sus árboles preferidos, de sus alegrías y dolencias. Para mí la villa de ayer tiene las resonancias del parque Garviras, de la calle 13 y el desaparecido colegio San Antonio. Es un espacio entrañable, a salvo de la marabunta de concreto y asfalto, que amenaza pavimentarnos hasta el alma.

El hecho es que vivimos peor. Y que esa suerte de derrumbe tiene que ver, desde luego, con la pésima gerencia de la ciudad de ahora, con las gestiones municipales irresponsables y manirrotas que hemos tenido no se desde hace cuantos años pero también, con la lógica mercantil que en casi todo el planeta nos lleva a vivir en conglomerados humanos superpoblados, contaminantes y destructivos de la Naturaleza.

Esa batalla entre la ciudad del corazón y el reguero de concreto donde circulamos como autómatas resignados o energúmenos a punto de estallar, es uno de nuestros dramas más intensos. Porque da cuenta de nuestra neurosis colectiva. De la interioridad desgarrada. Porque entre nosotros, el paso hacia la modernidad se hace sin continuidad, a expensas del pasado sobre la demolición de los símbolos que nos constituyen.

Así vamos, entre dos ciudades. La que a diario llevamos a cuestas y, la que contra todo pronóstico, guardamos y reinventamos en la imaginación para poder seguir viviendo con algún sentido.

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