A propósito de mi artículo anterior, alguien me hizo notar la coincidencia entre el tema de la muerte que en él abordé y el reciente choque de un avión de pasajeros ocurrido en el páramo de Mérida. Con igual intención, otra persona me recordó un sueño suyo donde veía con horror cuerpos mutilados y el hecho, casi simultáneo, de la tragedia aérea que acaba de suceder.
La conexión de eventos, digamos que mentales y físicos, es un fenómeno que se repite en nuestras vidas. ¿Cuántas veces nos ha sucedido que mientras pensamos en algún amigo remoto éste nos sorprende llamándonos? ¿Y qué decir de esos momentos donde estamos como trabados para tomar decisiones y de pronto, un acontecimiento repentino, nos ilumina una salida? La relación, por superposición, vecindad o semejanza, de sucesos externos – para decirlo de otra manera – con vivencias internas es un dato frecuente que sólo, cierta vergüenza para no admitir lo que no podemos explicar, se empeña en ocultar.
Esas extrañas coincidencias, que ayudan a esclarecer nuestra conciencia, en psicología se llaman sincronía. O Principio de Sincronicidad, como lo llamó y desarrolló Jung en 1952, para comprender las conexiones misteriosas, no causales, entre las imágenes de la psique personal y el mundo material. Aventura intelectual fascinante porque implicaba abordar los confines del misterio siguiéndole la pista, a la antigua noción de que todo se complementa y tiene un orden último.
La casualidad, el azar o la estadística con que siempre intentamos despachar el subyugante tema de las coincidencias, encuentra en el concepto de sincronía un marco explicativo que se extiende a la física, la biología y la lingüística. No puede ser de otra manera. Todo nuestro mapa del mundo tiene que transformarse cuando advertimos la ligazón no lineal, la concordancia extraordinaria que puede existir entre una estrella, una flor y un sentimiento. Unidad del universo, unidad de la energía, que ya conocían las culturas primordiales de nuestra América.
La Sincronicidad, en la teoría de Jung está ligada a la existencia del inconsciente colectivo, a los Arquetipos, al alma de los pueblos. Singularmente se expresa en la experiencia afectiva. Las coincidencias aparecen, se dejan ver, cuando envueltos de emociones andamos de toque, con la carne expuesta.
En la película Patch Adams, hay una escena en la cual el joven médico tras el asesinato de su novia, considera el suicidio al borde de un precipicio. Hasta que la contemplación de una inquieta mariposa, la coincidencia, lo detiene. Uno contempla en la cara de aquel personaje, memorablemente representado por Robin Williams, la activación de algún instinto, una significación nueva, el milagro que lo salva. Y los milagros, al decir de Chopra, son eventos sincronizados.
Hay un puente profundo entre sincronía y psicoterapia. A veces, cuando la relación médico-paciente se atasca, emergen hechos o imágenes, que liberan de la parálisis y movilizan la creatividad. Es conocida la famosa anécdota de la paciente que narrándole su sueño a Jung presenció en la ventana del consultorio un insecto similar al de su relato, con lo cual se produjo un profundo cambio de actitud que contribuyó favorablemente a su tratamiento.
Lo esencial es prestar atención y abrirnos al misterio. Darle significado a esas enigmáticas coincidencias.
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