jueves, 8 de mayo de 2008

DEL PANICO Y OTROS ESPANTOS

El miedo se vive en el cuerpo. Suelta el corazón, voltea los intestinos, empapa de frío sudor. Más que una fiesta es una alarma, el ulular de una sirena, una amenaza. Es un padecimiento. Sobre todo, cuando su silbido nos aterroriza, cuando aparece Pan, cuando la emoción desbordada se convierte en pánico.

Pánico es el nombre que le damos a la experiencia suprema del miedo. La que nos deja helados a mitad de camino ante un peligro real o imaginado (que es lo mismo). Aquella que sin causas aparentes sucede repentinamente y nos hace creer que estamos a punto de enloquecer o morir.

No es cualquier cotufa. La vivencia colinda con lo infernal. Sentir todo eso y no saber de dónde, cuándo ni cómo viene sume en el más terrible desconcierto. Pan, precisamente el dios mitológico a partir del cual se nomina este trastorno, desconcertaba a los pastores y habitantes de Grecia, cada vez que irrumpía con sus gritos y su flauta. Su apariencia de diablo, por sus cuernos y patas de macho cabrío, tenía que provocar semejante alboroto a su paso como ocurre, similarmente, con las víctimas del pánico.

Saber modernamente que este severo desorden de ansiedad se sustenta en una disfunción biológica de la neurotransmisión cerebral y, que las trampas de pensamiento que nos inventamos ayudan a mantenerlo, no debilitan la fuerza del mito. Basta imaginar que Pan, dios de la naturaleza, la fertilidad y el goce sexual, reprimido por la cultura, retorna convertido en enfermedad.

La represión de Pan nos lleva a vivir ignorando el cuerpo, sordos a sus reclamos instintivos. No deja de ser insinuante que los ataques de pánico, tumultuosos como son, se presenten con tantos síntomas físicos. Desde esta perspectiva, el pánico sería justamente una reivindicación, en su peor manera, del cuerpo “olvidado”.

El pánico es el nuevo fantasma que recorre el mundo. Ni el desbalance de catecolaminas ni la conclusión de que ahora vivimos mas inseguros explican su propagación. Otra mirada es necesaria. Plutarco se equivoco hace 20 siglos: Pan no ha muerto.

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