sábado, 10 de mayo de 2008

EL SENTIDO DE LAS COSAS

Muchas personas dicen que la raíz de su infelicidad radica en el hecho de que su vida carece de sentido. Se refieren así a la falta de un norte, de un propósito, que oriente y gratifique la existencia. Explican así el sentimiento generalizado de vacío, de aburrimiento y hartazgo, que caracterizan su manera de vivir.

Es evidente que los ídolos del dinero, la riqueza y el consumo, promovidos como valores supremos de la vida, no llenan el corazón humano. Tampoco el engañoso dominio de la ciencia y la tecnología. Ni el obsesivo cultivo del control, la autoridad o el poder.

Falta algo, se repite con insistencia y, quizás por ello, las religiones que abrazamos, las filosofías que nos hacen pensar y las ideologías en las que militamos prometen cada una a su manera tapar esa tronera, el hueco que queda con las preguntas de siempre: “¿Para qué vivimos?” “¿Vale la pena el esfuerzo?” “¿Qué lograré con todo esto?”. Las sectas, que como monte crecen por doquier en todo el planeta, resumen el mismo intento de encontrar sentido mediante la apelación de ritos y verdades irreductibles.

Es evidente que la falta de sentido se refiere a los tropiezos que tenemos para darle significado a las experiencias. Está en relación con nuestras actitudes y creencias. Sabemos, por ejemplo, que cuando tenemos elevadas expectativas y estas no son cumplidas sufrimos irremediablemente. Y que, por el contrario, cuando tenemos un que, como decía Victor Frankl, podemos sobrellevar cualquier como.

Pero el sentido de las cosas se ve (cuando podemos verlo) con el tiempo y no es producto de juicios precipitados. En psicoterapia procuramos que se active la “función trascendente”, un espacio propicio para que surjan imágenes, sobre todo emociones, a través de las cuales cada quien se percata de la utilidad o inutilidad de sus vivencias. Esto es posible cuando al mismo tiempo nos abrimos a los demás, cuando reimaginamos el sufrimiento y reconocemos además el mito personal y colectivo que vivimos. ¿A quién encarnamos ahora, al héroe, al padre, al amante, al terapeuta? El sentido, desde esta perspectiva, pasa inevitablemente por éste conocimiento que termina siendo un verdadero salto cualitativo en la conciencia.

Volviendo a la queja del sin sentido agreguemos que quizás estamos ante un hecho constitutivo de la vida. Las cosas sencillamente ocurren, no siempre mediadas naturalmente. Hay asuntos infames como las guerras, la explotación y todas las formas de opresión que no podemos desconocer ni aceptar. Es probable que al margen de las iniquidades sociales agregadas tengamos que aceptar la carga de no saber; el inevitable misterio.

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