domingo, 11 de mayo de 2008

QUIJOTE

Para muchos es solo un libro. Desde luego, el más formidable de todos. La obra cumbre de Cervantes. La primera gran novela de la modernidad. El imprescindible Don Quijote de la Mancha.

Para otros, el “Caballero de la triste figura”, es el símbolo de la aventura y la libertad. No por casualidad, Bolívar y el Che, en el atardecer de sus vidas, se identificaron con él. Como también continúan haciéndolo intelectuales y luchadores de todas las latitudes, escritores, poetas y pintores, gente común, solitarios lectores que volvemos a nacer entre sus páginas.

De cualquier manera la imagen ronda nuestras vidas. Cautiva porque toca dimensiones actuales, profundas y universales de la humanidad. Porque nos habla adentro.

Fue lo que compartimos en casa de Reyna el fin de semana pasado. Gracias a la convocatoria del Capítulo Tachirense de la Asociación Venezolana de Psicoterapia y el Postgrado de Psiquiatría. Con la especial conducción del profesor de la UCV Jaime Sanz.

El Quijote y su inseparable compañero Sancho Panza, emocionan y mueven el imaginario, al encarnar junto a personajes inolvidables como Dulcinea del Toboso, el cura, el barbero, el bachiller Carrasco y el pillo Ginés de Pasamontes, asuntos tan espinosos como la locura, el amor, la justicia, la autoridad, la bondad, los asuntos públicos; en breves palabras, el ingenio y la estupidez humana en todas sus formas posibles.

Una aproximación arquetipal al famoso libro de 1605 – de eso trató el citado encuentro – nos acerca la imagen diádica de complejos inconscientes, el de la libertad y la aventura, ya lo dijimos, constelado en el desgarbado caballero que lanza en ristre nos arroja a cambiar el mundo y, el de la seguridad y la conservación, contenido en el redondo y leal escudero que nos detiene, pellizcándonos con lo que es posible.

Libertad y seguridad, pater y mater, como decía el psiquiatra venezolano Fernando Risquez en 1999, están aquí espléndidamente dibujados y eso atañe a piedras fundamentales de nuestra psique. Según esto, todos tenemos un Quijote y un Sancho Panza que habitan nuestro pecho. Y también, como olvidarlo, un amor idealizado, una Dulcinea que con sus tobas, de allí su apellido, repleta, humedece y guía el alma.

La experiencia del Quijote es alquímica. Porque nos devuelve la verdad esencial de que en la Naturaleza todo muta a su contrario: El héroe se torna antihéroe. El tonto deviene inteligente. De la fealdad brota belleza. Igual arriba como abajo. Tragedia como comicidad.

Se desprenden muchas otras proposiciones: La identificación con los ancestros como locura. La pérdida de la realidad en el polvo de los libros. El sentido (y sinsentido) del espíritu salvador.

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