domingo, 11 de mayo de 2008

HABLANDO CON EL LOCO

Un sábado de derrota, como a las 5 de la tarde, me percaté del hombre que frente a mi consultorio pasaba hablando solo. Probablemente lo había hecho muchas veces antes. Pero las hojas de los árboles tenían que estar tan quietas y largas las nubes como aquel día, para darme cuenta y descolgarme un poco en su desparpajo. Allí voyyyyy – le grité desde el silencio.

Esa identificación naturalmente habla de mi locura. Es una experiencia provocadora que comparto públicamente porque seguramente muchos hemos tenido experiencias similares. Apartando las bromas y los miedos -más los miedos que las bromas- el roce con lo irracional, las fantasías y el mundo al revés, es una prueba de humanidad. De desnudez extrema. De vivencia sin caretas.

En psiquiatría, cuando nos ponemos serios, no hablamos de locura ni de locos sino de psicosis y psicóticos. Poco importa, la fiesta es igual. Unos y otros, designan un estado del ser donde la autenticidad de lo inconsciente prevalece sobre las trampas de la razón. Los médicos, por supuesto, lo evaluamos desde la patología. Y tratamos de ayudar ante el sufrimiento que provoca en las personas y las familias.

Pero es chato quedarnos allí. Volviendo al lenguaje liso y arisco de la calle, sabemos lo que sugiere el habla coloquial. En un tiempo en que solemos tomarnos demasiado en serio, decir locura nos traslada a todos esos momentos salvadores y decisivos, cuando no dejamos pasar el tren de la vida. Y atendemos, en las diferentes edades, sin interponer bloques de concreto, el frenesí adolescente, el llamado de la vocación, el delirio romántico, la osadía de ser padres, el propósito de un sueño libertario o el retiro de la madurez.

En el vecindario la locura se relaciona con la originalidad. Un loco (y una loca) son precisamente aquellos que hacen las cosas en forma original, a su manera. Se les reconoce porque son blancos de mofas y envidias. Y sin lugar a dudas se les admira por su creatividad, por esa fuerza particular que sigue el “fuego interior” antes que las pautas ordenadas y repetitivas de la convivencia neurótica.

En el mundo político se emplea el término loco para descalificar al adversario. Recuerdo que hace algunos años lo hacían con el Cura Calderón y ahora lo hacen con Chávez. En ambos casos la calificación no es afectuosa, ni tiene rigor analítico, sino despectiva. Es una práctica perversa que deriva de la supuesta superioridad de los cuerdos, de los lúcidos, de los aventajados. Y del recelo con que miramos todo lo que tiene que ver con lo singular y lo psicológico. ¡Cosa despreciable!

Cuando a los psiquiatras nos llaman loqueros el mote me divierte. Porque descomplica un tema escabroso y deja que el humor haga lo suyo insinuando que algún contagio circula entre esos extraños profesionales que todos los días trajinan con su locura y la de los demás. Si lo pensamos bien nadie se salva. Al escritor norteamericano Mark Twain, autor de las Aventuras de Tom Sawyer y de Huckleberry Finn, se le atribuye la frase de que ninguna persona vista de cerca es normal. Todos guardamos alguna locura que a veces se nos sale como me ocurrió ante el disparatado visitante del pasado fin de semana.

Aunque la locura es un suceso que ocurre y nadie elige, por lo menos conscientemente, no es mala idea acumular meritos. Volvernos niños y vivir como poetas ya es bastante.

No hay comentarios: